"EL DIRECTOR"
Emilio
Mola pronunció este discurso en Radio Castilla de Burgos, el 15 de agosto de 1936:
“Alguien ha dicho que el Movimiento militar ha sido preparado por unos
generales ambiciosos y alentados por ciertos partidos políticos dolidos de una
derrota electoral. Esto no es cierto. Nosotros hemos ido al Movimiento,
seguidos ardorosamente del pueblo trabajador y honrado, para librar a nuestra
Patria del caos de la anarquía, caos que desde que escaló el Poder el llamado
Frente Popular iba preparándose con todo detalle al amparo cínico y hasta con
la complacencia morbosa de ciertos gobernantes. […] Lo ocurrido en todos los
lugares del territorio nacional en que los «rojos» han dominado es pequeño
botón de muestra de lo que habría sido lo otro: lo que se proyectaba para el 29
de julio, bajo los puños cerrados de las hordas marxistas y a los acordes tristes
de La Internacional. Sólo un monstruo, de la compleja constitución psicológica
de Azaña, pudo alentar tal catástrofe; monstruo que parece más bien producto de
las absurdas experiencias de un nuevo y fantástico doctor Frankenstein que
fruto de los amores de una mujer. Yo, cuando al hablarse de este hombre oigo
pedir su cabeza, me parece injusto: Azaña debe ser recluido, simplemente
recluido, para que escogidos frenópatas estudien en él «un caso», quizá el más
interesante, de degeneración mental, ocurrido desde el hombre primitivo a
nuestros días. Pero todos los horrores que el pueblo español ha padecido, y en
algunos puntos sigue aun padeciendo, con ser muchos, no son lo más grave, lo
que merece mayor castigo; el mayor castigo lo merece la parte que de traición a
España existe en ciertos manejos de los caudillos del Frente Popular:
instigaciones a la desmembración de España; ofrecimientos de territorios
isleños a cambio de materiales o morales apoyos, creyendo podrían vencernos;
agitación en nuestra zona de Protectorado, para levantarla en armas […] . Pero
¡ah!, todo esto se ha de pagar, y se pagará muy caro. La vida de los reos será
poco. Les aviso con tiempo y con nobleza: no quiero se llamen a engaño. Hace
unos días ha dicho una de las más significantes figuras del Frente Popular —me
refiero al señor Martínez Barrio— que no nos rendíamos, porque no sabíamos cómo
hacerlo. No, señor Martínez Barrio, no. Nosotros no hemos pensado jamás en
rendirnos, y mucho menos ahora, que tenemos la victoria en nuestras manos […]
¿Se nos pregunta del otro lado que adónde vamos? Es fácil y lo hemos repetido
muchas veces: a imponer el orden, a dar pan y trabajo a todos los españoles, y
a hacer justicia por igual... Y luego, sobre las ruinas que el Frente Popular
deje —sangre, fango y lágrimas—, edificar un Estado grande, fuerte, poderoso,
que ha de tener por gallardo remate, allá en la altura, una Cruz de amplios
brazos —señal de protección a todos—, Cruz sacada de los escombros de la España
que fue, pues es la Cruz, símbolo de nuestra religión y de nuestra fe, lo único
que ha quedado y quedará intacto en esta vorágine de locura, vorágine que
intentaba teñir para siempre las aguas de nuestros ríos con el carmín glorioso
de valiente sangre española...En resumen: ni rendición, ni abrazos de Vergara,
ni pactos del Zanjón, ni nada que no sea victoria aplastante y definitiva”.
(Emilio MOLA VIDAL: Obras
completas. Valladolid, Santaren, 1940, pp. 1178-1179)
Este
es un discurso pronunciado apenas un mes después del alzamiento militar del 18
de julio de 1936 contra la II República. Mola era de aquel grupo de militares
africanistas, ascendidos por méritos de guerra, y desempeñó el cargo de
Director General de Seguridad durante la dictablanda de Berenguer, en las postrimerías
del reinado de Alfonso XIII. Desde esta Dirección intentó infructuosamente
evitar el levantamiento republicano de Jaca de 1930, contactando por correo
postal con el capitán Galán, su compañero de armas en África y cabecilla en
aquella insurrección. Este militar
español figura en los libros de historia como “el director”, porque organizó el
golpe militar, dando las instrucciones secretas oportunas a los mandos de los
destacamentos rebeldes del ejército español. En estas directrices solicitaba a
aquellos oficiales la “acción en extremo violenta”, con la finalidad de
cercenar en las primeras horas del levantamiento posibles movimientos de
rebeldía, o huelgas, en contra de lo que los alzados llamarían el Movimiento
Nacional. Su intención era la de llegar a una dictadura militar republicana
transitoria de forma rápida y eficaz.
Creían
los rebeldes, en aquel julio del 1936, que el movimiento sería respaldado por
la mayor parte del ejército y que podrían controlar la reacción de las masas en
las calles, pero el levantamiento fracasaría al ser rechazada la rebelión en
numerosas plazas militares y en las ciudades importantes, como Madrid y
Barcelona, donde las milicias republicanas sometieron a los sublevados, desencadenándose
irremediablemente un conflicto fratricida prolongado hasta abril del 1939. España
acababa de sufrir un golpe militar que había dividido en dos bandos el país,
tras el fracaso del plan de Mola. Lo que iba a ser una rápida transición a una
dictadura se había convertido en una guerra.
El
bando nacional avanzaba rápidamente hacia Madrid ante el desgobierno de la
Republica, fragmentado su poder en comités locales de los partidos de izquierda
y los sindicatos, un poder atomizado y discrecional, preocupados estos por
hacer la revolución más que por la guerra que se estaba librando, lo que hizo
imposible una respuesta militar ordenada y eficaz por parte de la República.
En
estas palabras radiofónicas, critica los planes del Frente Popular, para convertir
la nación española en un régimen comunista bajo supervisión del PCE y Stalin,
para la “desmembración de España”, a cuenta de la “permisividad” hacia
los nacionalismos catalán y vasco, y para alentar en el Protectorado de
Marruecos el levantamiento en armas contra los militares golpistas. Acusó a
Manuel Azaña de orquestarlo, y describiendo a este político como un monstruo o
un loco degenerado, trata de deslegitimarlo como presidente de la República.
Cita también con esa misma intención a Martínez Barrio, presidente del Gobierno
que, en las horas previas al golpe, intentó directamente con Mola la rendición
de los conspiradores. Y termina amenazando de muerte a los militantes del
Frente Popular por la traición que habían cometido contra España.
Justifica
el golpe y la campaña militar en la consecución de una España “grande fuerte y
poderosa”, una nación de “orden, justicia, pan y trabajo para todos los
españoles”, bajo la fe católica, para provocar la
adhesión de los católicos al bando sublevado.
Y
finaliza su discurso reafirmándose en la idea de luchar hasta la victoria
final, sin rendición posible, hasta la derrota de la República. Así, enumera
los acuerdos que pusieron fin a conflictos anteriores como la Guerra de Cuba,
con la Paz del Zanjón en 1878, y la Primera Guerra Carlista, con la Paz de
Vergara en 1839, los cuales, según deja entrever Mola, resultaron vanos, ya que
posteriormente tanto cubanos como carlistas volvieron a levantarse contra la
soberanía española. Por ello, Mola era partidario, como así se pronunció
también Francisco Franco, de la eliminación total del adversario para evitar
futuros conflictos que pudieran obstaculizar su proyecto de nación. Por eso rechazaba
cualquier acuerdo que no fuera la rendición incondicional de la república, una
rendición que posteriormente supondría el comienzo de una depuración, la
eliminación física o encarcelamiento de los cuadros del Frente popular, de los
sindicatos y de todo aquel que se identificara como izquierdista o liberal.
Pero un mes antes, el 13 de julio,
comunicó Franco al general Emilio Mola, que podía contar con él, "sin vuelta
atrás". La Junta Militar compuesta por varios generales, entre los que se
encontraban Mola, Franco, Andrés Saliquet y Joaquín Fanjul, acordó que el mando
del pronunciamiento recayera en el general Sanjurjo, que había encabezado ya un
levantamiento en 1932 y que entonces se encontraba exiliado en Portugal. Pero
en su traslado a España Sanjurjo sufrió un accidente aéreo mortal. Avanzaba la
guerra, y en el bando nacional se habían perfilado ya dos poderes. En el sur,
Franco había logrado hacer pasar el grueso del Ejército de África a la
península, y se había arrogado el papel de depositario de la ayuda fascista germano
italiana. Mientras tanto, en el norte, Mola pugnaba sin demasiada fortuna por
llegar a Madrid, falto de un material que, al parecer, su compañero le enviaba
con cuentagotas. Entonces Franco planteó la necesidad de un mando único y salió
investido como Jefe de los Ejércitos y del Gobierno del Estado. No se tuvieron
en cuenta las reticencias de Mola, que consideraba que, tras la guerra, lo
indicado sería replantearse la forma de gobierno que convenía a España.
Pero Mola
no vería terminar la contienda. El 3 de junio de 1937 despegaba desde el
aeródromo de Vitoria para dirigirse a Valladolid, vía Burgos, y su bimotor se
estrelló, presumiblemente a causa de la niebla. La “baraka” jugó a favor de
Franco una vez más, le había ahorrado un problema que tarde o temprano habría
tenido que afrontar.
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