MODELO SOCIAL EUROPEO, EN LA ENCRUCIJADA.
Cuando
en los años cincuenta nació el mercado único europeo quedó claro que no se
podía ignorar la dimensión social de aquel proyecto. Este mercado único
favorecía a las grandes empresas y el capital, que podían moverse por el
continente sin limitaciones, pero ¿qué pasaría con los trabajadores? Si no se
compensaba el enorme poder que los anteriores actores iban a adquirir, apoyando
al factor trabajo, existía el riesgo de lo que el presidente de la Comisión
Europea, Jacques Delors, llamó “una carrera hacia el fondo”, una
competencia a la baja de los Estados miembros del mercado único en derechos de
los trabajadores, y en protección social, es decir, en subsidios de desempleo y
pensiones[i].
Para
evitar este riesgo potencial se elaboró la Carta de Derechos Fundamentales de
los Trabajadores, que estableció los requisitos mínimos para todos los países
miembros de la Unión Europea en materia de remuneraciones dignas, protección
social, derechos sindicales, jornada laboral máxima, vacaciones pagadas,
igualdad entre hombres y mujeres, seguridad y salud en el trabajo, prohibición
de explotación de niños y ancianos, facilidades en caso de discapacidad, etc. Pero,
sobre todo, la también llamada Carta Social se basaba en la libertad de
movimientos y el derecho a residir y trabajar en cualquier país de la Unión,
sin permiso previo de sus autoridades ni discriminación con respecto a los
nacionales del país receptor. Esta disposición sería el núcleo de la posterior
ciudadanía europea reconocida en el Tratado de Maastricht[ii].
Aquella Carta Social hoy forma parte integrante de la Carta de Derechos
Fundamentales del Ciudadano Europeo aprobada por el Tratado de Lisboa, que
garantiza nuestro modelo social europeo[iii].
Este
modelo está basado en el consenso y diálogo entre trabajadores y empresarios,
sindicatos y patronales, en la justicia, la cohesión social y la solidaridad,
pero también en la eficiencia del mercado y la libertad empresarial. La
consigna que se esgrimió en los debates fue “que nadie se quede atrás”.
Pero
actualmente el modelo europeo enfrenta dos graves problemas: la globalización
económica y el envejecimiento de la población.
En
un mundo global las economías emergentes suponen una enorme competencia
comercial para la Unión Europea. Los BRICS (China, India, Brasil) y otros,
tienen unos costes laborales mucho menores y carecen de las cargas sociales
(impuestos, regulaciones medioambientales, derechos laborales, etc.) de un
Estado del Bienestar desarrollado como el nuestro, lo que hace excesivamente
difícil competir con ellas en igualdad de condiciones. Pueden ofrecer productos
mucho más baratos que los nuestros poques sus costes son hasta diez veces
menores. Ante esta situación nos debemos plantear la pregunta: ¿Tendremos que
abandonar nuestro Estado del bienestar, o reducir drásticamente sus gastos,
para poder competir y mantener nuestro nivel de riqueza y calidad de vida?
Porque si nuestra economía se queda atrás, que nadie dude de que viviremos peor
que ahora.
El
segundo problema que afrontamos los europeos es el envejecimiento de la población.
La esperanza de vida media europea ronda los 80 años y la tasa de natalidad
está por debajo de la tasa de reposición de la población, dos hijos por mujer.
El número de jubilados y ancianos dependientes aumenta y la población en edad
de trabajar no será suficiente para mantener con sus cotizaciones las pensiones
y gastos de sanidad de nuestros mayores. Habrá que aumentar la edad de
jubilación y seguirá siendo insuficiente.
Por
lo anterior la Unión Europea necesita adoptar medidas inmediatas si queremos
mantener nuestro modelo social. Algunas propuestas básicas podrían ser[iv]:
· Aumentar nuestra competitividad con productos de
calidad y alta tecnología. Para ello es imprescindible invertir en
investigación e innovación. La inversión en I+D+I, pública y privada, debe
alcanzar porcentajes superiores a los actuales con respecto al PIB de los
Estados miembros. Los sistemas educativos europeos deben atender menos a
factores ideológicos y atender más a las necesidades que nuestras economías
tienen para ser más competitivas.
· Reformar el Estado de Bienestar, las pensiones y
subsidios por desempleo. Tenemos que hacerlo menos costoso y que sea capaz de
incentivar más el trabajo y menos la dependencia económica de la población. En
lo que respecta al sistema de pensiones se han hecho ya propuestas de carácter
público-privado y la famosa “mochila austríaca”. La modificación del sistema de
pensiones exigirá un sacrificio inevitable a las generaciones que soporten el
cambio, pues se verán obligadas a cotizar más de lo que recibirán cuando se
jubilen. En cuanto a los subsidios por desempleo también se ofrecen
modificaciones que postulan contraprestaciones de los trabajadores desempleados
a la sociedad. ¿Tendremos los europeos gobiernos capaces de abordar estos
cambios asumiendo el coste político que ello conllevará? ¿Arriesgarán su
permanencia en el poder por el interés general o dejarán que nos “ahoguemos”
con una defensa a ultranza del Estado de Bienestar actual?
· Aceptar más inmigrantes cualificados para
aumentar la población trabajadora, teniendo en cuenta las necesidades de la
industria y el tejido productivo europeo. Si esto no se hace bien se corre el
riesgo de aumentar la bolsa de población dependiente del Estado y por tanto
multiplicar el gasto social para unas economías nacionales en déficit y
endeudadas. ¿Sería discriminatorio decidir que tipo de inmigrantes debemos
aceptar?
· Tener más hijos aumentando el crecimiento natural de la población. Para ello son necesarias políticas de familia y programas de atención a la infancia y cuidado de los hijos, que incentiven el aumento de la natalidad. Entonces, ¿Qué hacemos con las leyes del aborto?
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