EL DEFENSOR DE LA PAZ Y LA BUENA VIDA
“El vivir mismo y el vivir bien es conveniente al hombre de dos modos, uno temporal o intramundano, y otro eterno, o como se acostumbra a decir, celeste. Y porque este segundo modo de vivir, a saber, el eterno, no lo pudieron persuadir por demostración la universalidad de los filósofos, ni es de las cosas manifiestas por sí mismas, por eso no se cuidaron de legarnos aquellas cosas que se hacen en fuerza de ese modo. Pero del vivir y del bien vivir o de la vida buena según el primer modo, el terrestre, y de las cosas que son necesarias para él, los filósofos ilustres tuvieron conocimiento por demostración de modo casi perfecto.” Marsilio de Padua, El defensor de la paz.
El siglo XIV que vivió Marsilo de
Padua (1275-1342), es un periodo convulso en Europa por las difíciles
relaciones Iglesia-Estado. En él tiene lugar un enfrentamiento entre el Papado
y el Emperador por la supremacía del poder político en el seno de la
cristiandad. Esta será la causa de sucesivos enfrentamientos armados y de
numerosas intrigas políticas.
El detonante del conflicto entre el Imperio
y el Vaticano fue la existencia de dos candidatos al trono del Sacro Imperio
Romano Germánico, Luis de Baviera y Federico de Habsburgo, y la pretensión del Papa
Juan XXII de designar al sucesor al trono imperial y de gobernar los
territorios imperiales de Italia. El Papa excomulgó a Luis de Baviera y este a
su vez, siguiendo el consejo de nuestro autor, hizo destituir al Papa y se
coronó Emperador por aclamación del pueblo. El conflicto duró veinte años.
Durante
este siglo se libra en Europa la Guerra de los 100 años entre Francia e
Inglaterra, en Portugal y Castilla se estaban produciendo sendos
enfrentamientos civiles, e Italia estaba dividida en bandos, a favor y en
contra del Imperio, en una lucha por el poder entre los Estados ciudad que
componían dicho territorio. Además, la peste bubónica recorre el continente en
1348.
Al
mismo tiempo la supremacía universal pretendida en occidente por ambos poderes
iba quedando cada vez más lejos. Los Estados nacionales se habían fortalecido
en los siglos inmediatamente anteriores, y la influencia sobre los monarcas por
parte de estos era cada vez menor, quedando reducida, en el caso del imperio, en
simple cortesía y respeto hacia la institución en los reinos más fuertes.
Los
teóricos de la época, en sus conclusiones, prepararán la definitiva separación
de la Iglesia y el Estado, característica definitoria de los Estados Modernos a
partir del S. XV. Y es aquí donde encaja el texto anterior y la influencia
política de su autor. El fragmento indicado pertenece a su obra más importante,
el “Defensor Pacis” (1324), un tratado que escribe con la
intención de acabar con las contiendas y difundir la paz.
Este pensador nace en Padua, en la
actual Italia, de familia burguesa, gente de leyes. Estudia en su ciudad
Derecho, Medicina y Filosofía, y allí tiene contacto con filósofos averroístas
de los que tomará “partes” para su pensamiento político. El averroísmo establece la relación
entre la Filosofía y la Fe, de modo que ambas son dos niveles de una misma
sabiduría, dos formas de llegar al conocimiento divino, otorgando un mayor
rango a la razón (Averroes, Discurso Decisivo, S. XII). Esta idea
resultará capital en el establecimiento de un pensamiento y una política laica
en la Europa de los siglos posteriores.
Por
su averroísmo, y por la crítica al poder temporal del Papado, tendrá que
exiliarse buscando el amparo de Luis de Baviera, a quien dedicó esta obra.
Fallece siendo miembro de la corte imperial de Múnich.
Siguiendo el pensamiento de
Aristóteles, explica que la comunidad civil tiene como fin “el vivir bien”.
Pero esto, en nada guarda relación con la vida eterna según la fe, sino con lo
mundano y temporal. La buena vida se alcanza mediante el uso de la razón. Los
“antiguos filósofos” enseñaron, desde la experiencia, que para lograr esta vida
plena se precisa que los ciudadanos vivan en armonía, libres de toda opresión,
que se respete la Ley y la Justicia, y que estén cubiertas las necesidades
básicas y la seguridad de los individuos.
La
Ley a la que se refiere el autor del texto no es la ley de Cristo, sino la ley
de los hombres. En una interpretación averroísta de Aristóteles, está
convencido de la distinción entre lo que podemos creer según nuestra fe, y lo
que podemos conocer mediante el uso de la razón, ambas realidades igualmente
ciertas, pero en planos distintos.
Y
para que la comunidad viva en armonía y se respete la Ley y la Justicia, es
necesario que la sociedad cuente con gobernantes, legisladores y jueces, es
decir, reyes que gobiernen con templanza, representantes del pueblo elegidos
por este que redacten las leyes, y jueces que castiguen su incumplimiento.
También será necesario que las necesidades básicas vitales y la seguridad estén
garantizados por los distintos oficios y el ejército respectivamente. Pero no
siempre es necesario contar con sacerdotes.
La
función de estos últimos será guiar espiritualmente a la sociedad, enseñar que
hacer o no hacer para alcanzar la vida eterna, y lo que hay que creer según la
fe. Y esto tiene que ver con el modo de “vivir bien” eterno que el paduano menciona
en el texto del inicio.
Esta
separación de lo eterno y lo mundano bien puede tener un antecedente en la obra
de San Agustín, la “Ciudad de Dios” escrita en el siglo V. El obispo de
Hipona realiza en ella una primera separación de ambas realidades al exponer su
pensamiento político, basado en la existencia de una “ciudad celestial” que
vive en paz eterna, como peregrina en este mundo o “ciudad terrenal”.
Posteriormente
fue Dante (1265-1321) el que en su defensa del imperio a través de la obra “De
Monarchia”, expresa que el Emperador depende inmediatamente de Dios, y que el
Papa debe abandonar sus pretensiones de controlar el gobierno político, ya que
Cristo apartó a sus apóstoles del poder temporal. La misión de la Iglesia es
otra, según el florentino, y consiste en llevar a los hombres a la vida eterna,
quedando por tanto el Emperador libre de la influencia pontificia y la sumisión
a esta.
Esta
visión es compartida por el contemporáneo de Marsilio, Guillermo de Occam
(1295-1350), el cual defiende en su obra “Sobre el Gobierno Tiránico del
Papa” que la misión del vicario de Cristo no es dominar ni aterrorizar, ya
que su autoridad es espiritual y no ha de mezclarse en asuntos temporales.
El
“Defensor de la Paz”, como hemos explicado, además de un impulso para la
paz, es una declaración de la independencia y legitimidad del pensamiento
laico, que ya no necesitaría aprobación de la Iglesia. Es decir, una política,
una legislación y unos valores que no tienen que coincidir con la ley de Cristo
ni con la voluntad de la Iglesia.
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